Por: Enrique Camargo
Cincuenta años después celebro en nombre propio y de varios amigos, unos muertos y otros en la brega de seguir vivos, el proyecto de ley, debatido por muchas universidades y tomado por la directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ICBF, Juliana Pungiluppi, de prohibir los castigos físicos, humillantes y los tratos crueles y degradantes como prácticas de crianza y formación, porque muchos lo pedíamos a gritos cuando éramos pequeños.
A los principios de los años 70, luego de ver en Radio Caracas Televisión, canal venezolano, en un avance del Informador, una noticia sobre la prohibición del castigo infantil en un país europeo pregunté a unos y promoví con otros y en especial en el colegio, que proscribieran el castigo físico como medio de crianza y formación, a raíz que todos los santos días era presa de una limpia, monda, palmeada, coscorrón o regaño. A mis amigos por supuesto también los castigaban y prohibían muchas cosas, pero mi caso era diferente: a mí me pegaban -muchas veces con razón- mi papá, mamá, hermano mayor, abuelos maternos, uno que otro tío, un profesor en el colegio La Parroquial y en una ocasión hasta un vecino.
La preocupación por el castigo excesivamente brutal con `pata en el pescuezo´ era tanta que le sugerí a candidatos, luego concejales, no recuerdo si en diferentes épocas, Roberto Fabio Latorre (q.e.p.d) y José Cariaciolo Carrillo, que prohibieran que a los niños les pegaran todos los días. Cada quien por su parte quedó a hablar sobre la inquietud y nunca se concretó la anhelada cita.
En esa época y consideró que antes también, los juicios de los padres previo a un castigo eran sumarios, no había derecho a la defensa, no se cumplía el debido proceso, no existía el principio de oportunidad, mucho menos perdón, olvido, no había doble instancia; además pululaban los falsos testigos como ahora.
Todo eso creo en mí a un niño extremadamente agresivo, violento con ideas non sanctas, que solo fui cambiando cuando mi progenitor comenzó una etapa de dialogo, compresión mutua, afecto y confianza que al final de su vida me transformó por completo. De ahí el trato afable con mi media docena de descendientes.
No sé no lo he consultado, pero debe existir una delgada línea entre el corregir y el maltrato infantil, hoy muchos de aquellos que criaron con severidad son útiles a la sociedad desde distintos campos de la vida. Hasta agradecemos la mano fuerte de nuestros mayores, pero otros se volvieron agresivos, violentos e incurrieron en comportamientos antisociales.
Hoy puedo decir que algunos amigos maltratados físicamente y sicológicamente cayeron en los tentáculos de las drogas, los grupos armados, el alcohol o son unos hombres frustrados y solitarios.
Esos años de maltratos conllevaron a que no hubiera confianza para contarles a los padres lo que le sucedía al niño en la escuela, la calle o en el propio entorno familiar, por temor a que lo remataran. Creo que el menor era ignorado y su testimonio en algunos casos sin valor.
A buena hora, después de 50 largos años de luchas y de ver como amigos desertaron del colegio, como Rodolfo Aramendiz, ‘Fofo’, entre otros, por el castigo brutal del profesor ´Chando` Pitre, está latente la posibilidad de que el castigo como método de crianza y formación sea cosa del pasado.
Siendo así, Colombia se convertiría en el país número 57 en crear leyes tendientes a prohibir el castigo infantil, iniciativa que se entrará a ser debatida en la legislatura que inicia este sábado 20 de julio.