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El Cesar, un río al que le ‘ahogaron’ la inspiración

Por Cesar Noticias

Por William Rosado Rincones

“Nace en la Nevada el río Cesar
Pasa por San Juan la tierra mía
En su cauce de aguas cristalinas
Donde una sanjuanerita todos los días se va a bañar
Yo me quedo sentado en la orilla
Viendo el agua que camina sobre el inmenso arenal”

Mucho antes de que Hernando Marín Lacouture, hilvanara estos versos en pos de la conquista de un amor, e inspirado en las cristalinas aguas del río Cesar, ya esa corriente hídrica que se desprende de las entrañas de la Sierra Nevada, había sido tomada como referente, para que su nombre, simbolizara un emporio rico en folclor que, territorialmente buscaba toldas apartes en el mapa físico de Colombia.
Era una franja de tierra que quería sacudirse de la marginalidad administrativa que para entonces regía la capital del Magdalena Grande, la histórica ciudad de Santa Marta, región a la que pertenecía el área independentista.
Antecesores de Marín, unos juglares campesinos, tácitamente, habían demarcado la zona, como un oasis melódico de donde brotaban manantiales de versos acolitados por un instrumento foráneo llamado acordeón, que se había enquistado en las callosas manos de los labriegos lugareños, quienes, con una autonomía empírica, labraron partituras, solo entendibles por sus oídos.
En el proceso de civilización de esos aires pueblerinos que en principio fueron discriminados por la clase social de los clubes, se dio el padrinazgo de algunos bohemios de la llamada sociedad vallenata, quienes se amalgamaron con ese gusto musical y los ayudaron a emerger a otros planos más visibles.
Escalona, el padrino parrandero
Dentro de ese grupo de parranderos, sobresalía Rafael Escalona Martínez, brillante compositor que se había convertido en el mejor narrador de historias de la comarca, incisivo enamorador, cuyas candidatas, caían dobladas bajo el flechazo romántico del melódico cupido.

Fue Rafael Escalona, precisamente, quien, con sus cantares, comenzó a construir un mapa armonioso de los territorios que frecuentaba, a los que inmortalizaba con obras que se volvieron antológicas, esa expansión folclórica, incluyó el área por donde serpenteaba el río Cesar, cuyo nombre se hizo popular en esas composiciones, por eso se volvió tan sonoro que los impulsores de la separación del Magdalena, consideraron llamarlo así: Departamento del Cesar.
Uno de esos emblemáticos cantos, fue: La Creciente del Cesar, una obra cargada de una poseía angustiosa del galán que encuentra impedimentos para ver a su prometida, y ese obstáculo precisamente se lo ocasionaba la creciente del río Cesar que no lo dejaba pasar de Valledupar al municipio de La Paz, donde vivía su novia, ‘La Maye’ Arzuaga.
“Tá’ lloviendo en La Nevada
Arriba e’ Valledupar
Apuesto que el rio cesar
Crece por la madrugada
Maye no le tengas miedo
A la creciente del cesar
Que yo lo voy a cruzar
Es por el puente de salguero”
Este tema se hizo popular en 1948 en las parrandas vallenatas, y se convirtió en una plataforma que hizo más resonante el nombre de ese río que, para entonces era una de las más importantes cuencas de la costa Caribe, navegable desde la Ciénaga de Zapatosa, hasta los barrancones, en las goteras de San Juan del Cesar.
Vivía en esos tiempos en La Paz, el médico y escritor, Manuel Zapata Olivella, quien, entre otras cosas, era muy amigo de Gabriel García Márquez, quien apenas se asomaba a las huestes literarias y ejercía como un brillante reportero periodístico, tal cercanía terminó contagiando a ambos como seguidores de los cantos de Rafael Escalona, originando grandes encuentros bohemios que terminaron fortaleciendo la amistad de los tres.
Fue tan grande el arraigo que García Márquez en alguna oportunidad en un escrito como reportero en 1950, escribió: “No hay una sola letra en el vallenato que no corresponda a un episodio cierto de la vida real, a una experiencia del autor. Un juglar del río Cesar no canta porque sí, ni cuando se le viene en gana, sino cuando siente el apremio de hacerlo, después de haber sido estimulado por un hecho real”. Ahí aparecía también el nombre del río Cesar, lo que terminó siendo motivo de fuerza, para que el nuevo territorio llevara este nombre.
Otros cantores
Rafael Escalona, no fue el único juglar que tuvo problemas con el río para visitar a su prometida. Isaac Carrillo el popular ´Tijito’ también, en un acalorado romance con una dama llamada Ligia, tuvo que hacer una travesía osada para cruzar kilómetros más arriba, para pasar la corriente y doblegar los suspiros por su adorada, lo que motivó la inspiración de otro tema que tiene la impronta del río Cesar.
“Pa la cordillera arriba
Más allá del limoncito
Vive la novia e Tijito
Esa que la llaman Ligia
La recuerdo cuando veo
La corriente del Cesar
Que pasa por guayabal
Donde vive mis deseos”
Pero no solo fue la inspiración vallenata la que condujo a este bautizo, también lo hizo el emblemático compositor José Barros Palomino, quien inmortalizó a esta fuente hídrica cuando en la primera estrofa de la canción La Piragua, una de sus máximas creaciones, menciona al Cesar como protagonista de esa inmortal canción:
“Me contaron los abuelos que hace tiempo
Navegaba en el Cesar una piragua
Que partía de El Banco viejo puerto
A las playas de amor en Chimichagua”
El río Cesar, tiene la fortuna de ser admirado por los autores de tres departamentos, si bien, dos: La Guajira y el Cesar, fueron segregados del Magdalena, no ha existido mezquindad para seguir cantándole con el mismo ahínco, cada quien, dentro de sus territorios, tanto así que, Hernando Marín, Isaac Carrillo, y Roberto Calderón, entre tantos, que le han cantado, son guajiros, particularmente de San Juan del Cesar, población que muchos creen que no pertenece al departamento de La Guajira sino al Cesar.
Pues bien, Roberto Calderón, en la canción considerada el himno de San juan del Cesar, referenció esa veneración a ese cauce que cruza por su territorio y que le da
una especie de apellido a la tierra del Juancho Rois. Esa inmortal obra es ‘Luna Sanjuanera’ en donde sintetizó la pureza de su amor, como las cristalinas aguas de esa fuente.
“Costumbre sanjuanera es entregar el corazón,
Que la hembra sea sincera y tenga buena voluntad;
Que tenga cualidades como tienen las de allá,
Que sienta la pasión pura como las aguas
Que lleva el río Cesar”
Cincuenta y un años después de que este territorio adoptara este nombre, con una notable influencia del poder que ejerció la música en esta denominación, este río ha tenido cambios muy nocivos para su conservación y sostenimiento ambiental.
Pasó de tener un trayecto navegable, a ser un hilo sedimentado y mal oliente, el que hoy se puede atravesar de a pie. Donde antes bramaba la corriente cristalina, hoy aflora una espuma que le borró el sabor al apetecido bocachico que blandían los pescadores a lo largo de su ribera.
Las causas son las mismas: la depredación del hombre que taló sus orillas, pesca ilegal con dinamita y sustancias venenosas que acabaron en gran parte con la riqueza ictiológica que antes le daba prestancia a la gastronomía criolla. El clamor de las comunidades asentadas en su entorno, no es escuchado por las autoridades ambientales que anuncian millonarias inversiones, pero la recuperación no se cristaliza.
La más notoria afectación se la tributa la ciudad de Valledupar tras el diseño y construcción de unas lagunas de oxidación que no maduran suficientemente las aguas servidas de la ciudad y las vierten crudas a ese lecho, produciendo una muerte lenta que ya lleva muchos años, con las consecuencias visibles, unas aguas putrefactas que acabaron la pesca, desde el puente Salguero, a escasos kilómetros de la capital, hasta su propia desembocadura en la Ciénaga de Zapatosa.
Es la Ciénaga de Zapatosa, el espejo de agua dulce de mayor extensión en Latinoamérica, uno de los receptores de ese problema que le mermó las especies que antes eran abundantes y servían de soporte económico de los municipios que la circundan.
La realidad es tan distinta que los cantos alusivos a su nombre desaparecieron, ya las aguas no son claras ni en su nacimiento, la tala y quema de la sierra Nevada origina una sedimentación que achocolata sus aguas, las que pueblos abajo reciben una especie de maldición del llamado desarrollo citadino que descarga sus impulsos consumistas al endémico caudal.

En ese recorrido la situación se le complica cuando recibe el abrazo de otros afluentes que vienen en iguales o peores condiciones, tales como los ríos Guatapurí, Badillo y Ariguaní, a los que tampoco ni los cantos de los juglares los blindaron de la mano nociva del hombre, el que parece no entender que con sus malas prácticas está matando el planeta.

 

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